El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta.
Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Siendo de la tribu de Efraín, es respetado por las otras tribus. Por este capítulo Samuel prolonga la serie de Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, en sus etapas no belicosas. Pero Samuel recibe una vocación nueva: mediador de la palabra de Dios, profeta. Al autor le interesa mucho el dato y proyecta esa vocación a la adolescencia de Samuel. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical de régimen: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, asoma un momento desde la tumba. Cuando muere, sucede el turno de Gad y de Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética. Es el principio formulado en Dt 17-18, que seguirá actuando en los dos libros de los Reyes.
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