jueves, 25 de enero de 2018

1 Y 2 SAMUEL. INTRODUCCIÓN. LA MONARQUÍA.

Fue para los israelitas una experiencia bivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. Iluminado por la reforma forzosa y forzada de Josías y por el resplandor sombrío del destierro, el autor llega a un balance negativo: pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. En Judá y más aún en Israel. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49,4).

Esa valoración ambigua se extiende a lo largo de la historia. El Deuteronomio democratiza muchas decisiones. Oseas es muy crítico sobre los orígenes de la monarquía. Amós al norte y Jeremías al Sur ilustran la oposición de profetas a monarcas individuales (no a la institución).

Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica, los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y paz, como bendición canalizada por el Ungido; mientras que otros salmos exaltaban la realeza del Señor.

Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia, es hábito mental hebreo-. No queremos afirmar que sea pura invención. Que frente a un cambio tan profundo de régimen hubiera dos tendencias entre las tribus es bastante probable porque es lógico. En los tiempos difíciles de la amenaza filistea, pudieron surgir entre las tribus dos tendencias opuestas: unos, conservadores, defensores de la autonomía tribal, satisfechos con la intervención providencial de algunos héroes; otros, renovadores, más conscientes de la amenaza continua y de las nuevas exigencias de los tiempos. Pero aquí hablamos de la versión literaria de lo que haya de histórico en los relatos.

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